“El cine político comercial de Costa-Gavras o Loach tiene el problema de usar el lenguaje de sus supuestos enemigos”

 

Nos défaites (Nuestras derrotas) es un filme-debate que muestra la apuesta de su director, Jean-Gabriel Périot, por un cine político que indague formalmente. El resultado ha recibido el premio al mejor largometraje en el festival L’Alternativa y se estrenará en salas comerciales la próxima primavera.

En el año 2015, Jean-Gabriel Périot recibió el premio del Jurado de la Crítica del Festival de Cine Independiente L’Alternativa, de Barcelona. Une jeunesse allemande era un documental vibrante sobre la Fracción del Ejército Alemán (o la banda Baader-Meinhof), construido a través de extractos de programas televisivos y películas contemporáneas. Cuatro años después, L’Alternativa homenajeaba al cineasta francés con una retrospectiva. Périot presentaba también un nuevo largo, Nos défaites (Nuestras derrotas), que ha merecido el premio al mejor largometraje internacional del festival.

Se consolida así una relación especial entre un realizador y un festival que comparten una doble pasión: la búsqueda formal y la sensibilidad política. Périot ha reconstruido con estudiantes algunas escenas de clásicos del cine político de finales de los años 60 y principios de los 70. A partir de ahí, da voz a la juventud para descubrir qué visión del mundo tiene. Périot indaga, no proporciona una tesis concreta, pero su película nos ofrece un visionado agridulce que intenta rehuir la lectura nostálgica y abre la puerta a la esperanza amarga: no dejar de luchar políticamente y, quizá, seguir experimentando derrotas dignas.

 

Remites a películas sesentayochistas en Nos défaites (Nuestras derrotas), pero usar la reconstrucción de escenas y la asunción de roles como mecanismo de introducción de un debate puede recordar a la más reciente La Comuna (París 1871). En el filme de Peter Watkins, decenas de actores no profesionales interpretaban a revolucionarios históricos, pero acababan debatiendo sobre temas contemporáneos. ¿Tenías en mente su propuesta?

Me gusta mucho la obra de Watkins, y particularmente La Comuna (París 1871), pero no pensé en él cuando decidí hacer esas recreaciones de filmes preexistentes. De hecho, si me viene algún filme a la cabeza durante el proceso creativo, lo tomo como una advertencia: “No lo hagas porque ya está hecho”. De alguna manera, estoy contento de tener lagunas en mi cultura cinéfila, porque no quiero usar conscientemente las ideas o las técnicas de otro, asumiendo que es inusual inventar nuevas formas en el cine y que eso solo lo han conseguido algunos maestros.

 

Algunas participantes de La Comuna (París 1871) elaboraban bastante su discurso, mientras que muchos de tus jóvenes han ejercitado poco el pensamiento político consciente. ¿Qué imagen te llevas de ellos?

Cuando comencé a entrevistarles, descubrí que les podía faltar vocabulario sobre el tema, que podían tener dificultades para expresarse sobre las materias que les planteaba. Me resultó perturbador puesto que dediqué bastante tiempo a hablar con ellos sobre las escenas que rodábamos. Descubrí que no soy un buen pedagogo, o que quizá trabajar con ellos en la escuela hizo que me viesen como un profesor a quien no escuchar demasiado.

Por otra parte, me di cuenta que era la primera persona con quien discutían sobre política. Ya no tienen educación cívica en la escuela, se les habla sobre cómo vivir juntos y sobre secularismo, pero no sobre la Constitución, el gobierno, el sistema de partidos... No creo que hablen con sus padres sobre política, ni que vean noticiarios o lean periódicos.

 

¿Uno de los riesgos de la película, mitigado porque les das cierto tiempo para que se expresen, era que el público les mirase por encima del hombro?

Cuando les escuchaba, nunca pensé que se estuviesen equivocando. Pensé que los adultos nunca les habíamos enseñado el vocabulario que necesitaban y también que nunca les habíamos escuchado. Sus dificultades de expresión evidencian que algo falla en la transmisión de los asuntos políticos. Si alguien les ve como faltos de educación o incluso como estúpidos, creo que el problema es de quien piense así.

 

Algunos de tus protagonistas entienden la conexión emocional con conceptos como la igualdad, pero no parecen demasiado favorables a herramientas históricas como la huelga e incluso uno de ellos asume que el dinero es lo más importante en la vida.

De alguna manera, son hijos de nuestros tiempos. En Francia, hemos perdido casi todas las luchas durante años aunque nos juntásemos millones de personas en las calles. Los partidos de izquierda están desacreditados por cómo han gobernado, los sindicatos han dejado de parecer organizaciones eficaces y la pobreza y la desigualdad crecen en paralelo a la extrema derecha y el ultraliberalismo.

El efecto de todo eso es que nuestros jóvenes no tienen permitido soñar sobre la vida que quieren vivir, temen fracasar y parecen preparados para aceptar las normas. Dicen que son demasiado jóvenes para pensar qué sociedad querrían construir, que son demasiado inmaduros para comprometerse. Me entristeció oír eso, porque creo que la adolescencia debería ser una etapa de esperanza y libertad.

 

Aunque lo prioritario sea el retrato del presente, la comparación posible entre épocas sobrevuela las imágenes. ¿Asumes que tu película puede leerse en clave nostálgica?

Sí, pero nunca he pensado que aquel pasado fuese mejor. Todo cambia, para empeorar y también para mejorar, al menos a veces. Por las películas y libros que tratan de aquellos tiempos, podemos fantasear con una era excitante, pero solo alguna gente estaba realmente comprometida. En Francia hubo una huelga nacional y diez millones de empleados dejaron de trabajar durante algunos días, pero los que quisieron continuar no fueron tantos. Lo podemos ver en la escena de Avec le sang des autres que escogí: una joven dice que estaba llena de esperanzas que se han desvanecido.

 

¿Y los estudiantes cómo reaccionaban a estos fragmentos?

Cuando vimos las películas y hablamos sobre ellas, me di cuenta que lo sucedido en 1968 es algo que ha desaparecido para ellos. Se ha convertido en historia, como la Edad Media o las guerras mundiales. Yo, en cambio, vivo en una sociedad donde el sesentayochísmo todavía resuena.

 

¿Como espectador, o como cineasta, sientes algo parecido a la nostalgia cuando recuerdas que obras dirigidas a un público más o menos amplio, como La chinoise o Tout va bien, cuestionaban la mimetización europea de la sociedad de consumo estadounidense, hablaban de socialismo o solidaridad obrera?

Como persona, no tiendo a la nostalgia. Como cineasta, sí lamento haberme perdido un momento en que había un cine político tan fuerte, diverso y atrevido. Los filmes que mencionabas, o Zabriskie point y algunos otros, fueron producidos con presupuestos normales, fueron distribuidos ampliamente.... Es algo que sorprende desde nuestra perspectiva actual.

 

¿Por qué lo dices?

Ahora, las únicas películas que se autoclasifican como políticas y pueden recibir una financiación y llegar a los cines o las televisiones son las que van en la línea de Ken Loach o Costa-Gavras. El problema para mí no es que no me parezcan cinematográficamente atrevidas, es que solo un tipo convencional de obras puede producirse y distribuirse ampliamente.

 

Muchos participantes de tu película se muestran pasivos políticamente y solo parecen conectar emocionalmente con apelaciones a la igualdad en clave antirracista o feminista. Pero un epílogo lo cambia todo: un vídeo de humillación policial a unos jóvenes manifestantes quiebra la confianza en las instituciones y los chicos se movilizan.

Creo que, ya antes de ese momento en que empiezan su propia lucha, podemos sentir que están preparados para rechazar aquello que creen que va en su contra, o aquello que les resulta insoportable. La política no está tan lejos de ellos, solo tienen que dar el paso.

 

¿Cómo hubiese terminado Nos défaites si la realidad no te hubiese regalado este epílogo?

Había un filme terminado antes de rodar otra vez. Corté algunas cosas de esa versión que me parecían repetitivas o que no encajaban del todo con el nuevo final. La diferencia es que el segundo desenlace encierra una declaración que no es sorprendente pero sí real: podemos hablar durante años de política, hacer películas sobre ella, pero no hay nada mejor que una movilización para entenderla. Es en las luchas cuando la experimentas en tu propio cuerpo y alma. Y los debates que emergen entonces son la manera más eficaz de aprender.

 

Este aprendizaje es amargo. Un chico dice que actuar “tiene significado aunque acabe en derrota”, y tú aportas la frase: “No estamos hechos de nuestras victorias, sino de nuestras luchas”. ¿La reacción de los estudiantes te lleva a usar este lema, o ya estaba en tu cabeza rehuir el desánimo?

Ha sido mi credo durante años: la lucha es más importante que lo que consigues. Casi nunca he experimentado una lucha victoriosa. ¿Eso implica que debo dejar de manifestarme? No lo creo. En este aspecto, no sentirse solo es realmente importante. Por eso me emocioné cuando oí que mis estudiantes decían cosas muy parecidas ante la cámara. Era su primera movilización y entendían que lo que habían ganado durante el bloqueo de la escuela era precioso y nadie se los podría quitar jamás.

 

¿Crees que necesitamos forzosamente finales abiertos a la esperanza, o también confías en la capacidad revulsiva (o el mero realismo) de un golpe como el desenlace de tu corto Dies irae?

Bueno, seguramente la mitad de mis películas termina en tono oscuro y la otra mitad lo hace de manera más optimista. Supongo que basculo entre un cierto pesimismo y la necesidad de luchar contra él.

 

En uno de sus últimos libros, el filósofo Slavoj Zizek reivindica el “coraje de la desesperanza” en tiempos en que partidos políticos como Syriza o Podemos habían azuzado la esperanza truncada de ejecutar cambios rápidos en un sistema casi blindado.

No sigo a Zizek en ese supuesto “coraje de la desesperanza”. Si todo está realmente perdido, podemos suicidarnos, o al menos dejar de hacer películas. Sí estoy de acuerdo con él en que parece imposible que un partido de izquierdas gobierne de acuerdo con su ideología. ¿Y qué? Sé que quizá la mayoría de la gente piensa que se pueden cambiar las políticas nacionales mediante el voto, pero eso siempre me ha parecido una ilusión.

Queremos creer esos sueños democráticos, pero los grandes progresos siempre se obtuvieron en las calles. Aunque la situación actual parezca un callejón sin salida, necesitamos movilizarnos, cambiar la manera de pensar y encontrar otros caminos de lucha, como algunos comienzan a hacer.

 

En una crítica a Nos défaites en Hollywood Reporter se te señalaba que deberías haber intercalado el epílogo a lo largo del filme para añadir tensión. ¿Crees que el cine político que tú quieres cultivar tiene que tomar en cuenta estas consideraciones, que se tiene que espectacularizar?

Creo que lo que preguntas va más allá del cine político. ¿Deben los cineastas tener presente lo que la audiencia o los críticos quieren ver? Mi respuesta personal es que no. La gente debería ver la televisión o ir a un cine multisalas si quiere permanecer en terrenos seguros y cómodos. Creo que los cineastas debemos ser sufrientemente valientes como hacer cosas que pueden ser vistas como erróneas o problemáticas.

 

A menudo, el cine político parece bajo un escrutinio especial. Se dice que el arte no puede tener tesis explícita. Cuando estrenan sus nuevos filmes autores históricos como Costa-Gavras o Loach, rápidamente se insiste en que se repiten... A la vez, quienes ensayáis otros enfoques raramente accedéis siquiera a los márgenes del circuito comercial. ¿En realidad no se quiere cine político?

Creo que es así. Para mí, el cine político comercial que mencionas tiene el problema de usar el lenguaje de sus supuestos enemigos. Y nunca cuestiona en profundidad a la gente, solo la reconforta diciéndole que tiene un pequeño corazón generoso. No necesitamos el cine para decir que es triste ver sufriendo a personas desempleadas, solo tenemos que echar un vistazo al mundo real.

Pero no creo que este problema se dé únicamente con el cine político. Cualquier película que no es fácilmente interpretable tiene problemas para ser distribuida. Casi todas las salas de arte y ensayo que visito estos meses en Francia están proyectando las mismas películas producidas para mercados internacionales que también se proyectan en multisalas: Costa-Gavras, Dolan, Polanski... y Joker, claro.
No tengo nada en contra de las grandes producciones, el problema es que es difícil ver algo diferente. Solo los festivales y unos pocos lugares continúan enseñándonos toda la complejidad del cine, propuestas más exigentes, más arty o como quieras denominarlas. A veces me enfada y entristece ver el minúsculo número de entradas vendidas para filmes que son magníficos.

 

¿Tus largometrajes han encontrado un hueco en el circuito comercial en otros países del mundo?

Desgraciadamente, ha sido inusual. Solo se han estrenado en los países en los que habían sido coproducidos. Pero no hay motivo para ser totalmente pesimista: Une jeunesse allemande tuvo un pequeño estreno en los Estados Unidos y Nos défaites se estrenará en España la próxima primavera.

 

¿Te preocupa la posibilidad de hacer cine político para audiencias ya politizadas y no alcanzar otros perfiles de público?

Pos supuesto, no quiero hacer películas solo para la gente que ya se siente cerca de los temas o las ideas que me llevan a hacerlas. La manera que tengo de sobrellevarlo es difundirlas fuera de los cines y de los festivales. Empleo mucho tiempo en ir a escuelas, a universidades, a prisiones... Además, comencé a liberar mis cortometrajes en internet. Y siempre acepto las emisiones televisivas, aunque no sea un gran aficionado de este medio, porque me parece importante facilitar que este tipo de cine se encuentre con un público que no lo busca específicamente.

 

Ignasi Franch
El Salto Diaro
27 noviembre 2019
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